Es viernes, por fin viernes. Un viernes más de un otoño extraño. Cálido y ventoso como pocos. Un viernes normal en el que unos amigos deciden quedar en su bar de siempre. Un local amplio y espacioso en el casco viejo, con grandes ventanales que dan a una calle ruidosa donde otros jóvenes disfrutan de la noche. Juegan a presentarse conocidos, a contarse al oído confidencias, a darse un beso como prenda de deseo o tal vez de amor… Y es que son unos jóvenes más, en un bar de los de toda la vida de una calle normal del casco viejo. Un viernes normal si no fuera porque el odio incontenido y la frustración desbordada de un desgraciado decidió que aquellos besos y juegos eran una ofensa a dios o a las buenas costumbres o a una supuesta hombría que muchos –aunque no los suficientes– afortunadamente repudiamos. Un desgraciado que sin pensárselo dos veces decidió sacar de su bolsillo un cutter y ensangrentar ese que era un viernes más de un otoño extraño. Las caras de esta cuadrilla quedaron desencajadas pero dos de ellas rotas. Sus rostros expresaban incredulidad y horror por lo sucedido, pero dos de ellos el desgarrador dolor de los que no entendían qué había pasado y sentían como en sus rostros la saliva dejaba paso a la sangre y a la carne herida…
Este es un relato novelado de lo que el pasado viernes (20 de noviembre) probablemente ocurrió en el lamiak. Un desgraciado ha decidido poner fin a un beso entre dos hombres rajándoles la cara. Pero no es el único ataque homófobo que ocurrió este viernes. Fue simplemente el más sanguinolento, el más noticiable. Ese mismo viernes, como todos los viernes y el resto de días de la semana, hubo una multitud de personas discriminadas en sus trabajos, en sus familias, en las calles y en tantos otros ámbitos por razón de su identidad y/o prácticas sexuales.
Ni tan siquiera fue el primer ataque, se trata de uno más en la ya larga lista de agresiones que se han registrado en los últimos meses. Sería uno más, si no fuera porque hubo dos víctimas –como otras tantas antes– con nombre y apellidos, con proyectos e ilusiones truncados y que han visto violentada su integridad física y moral de manera irreparable. Porque ninguna agresión es una más porque debería ser la última.
Por desgracia, el odio a la diversidad sexual (homofobia, lesbofobia, transfobia…) está fuertemente arraigado en nuestra sociedad que tolera en silencio no sólo la agresión y la discriminación de todo tipo, sino que ahoga en el miedo a la estigmatización a sus víctimas, invisibilizando su sufrimiento y la posibilidad de sentir el apoyo, cariño y la solidaridad de poco más que de su círculo más cercano. Aún hoy los ataques a la diversidad sexual denunciados son solo la punta del iceberg.
Estos mismos días, hemos celebrado el día contra la violencia sexista y hemos tenido noticia, entre otras, de una nueva agresión sexual a una mujer, esta vez en Rekalde. Es imprescindible que el análisis de cada uno de estos hechos lo hagamos bajo un prisma común, el de ver su interrelación en la idea que los inspira y sustenta. En esta como en todas las luchas, es imprescindible aprender de otras luchas y de otras compañeras que también padecen situaciones parecidas. En este caso hablamos de la de las mujeres feministas. Porque tenemos que entender que no son solo agresiones, que es violencia directa y estructural al servicio de una determinada forma de organización social. Porque tenemos que entender de una vez que no es simplemente homo, trans o lesbofobia: es sexismo, es fascismo, es otra expresión del heteropatriarcado que nos oprime a las disidencias sexuales y de género. La lucha es común y el enemigo el mismo.
En este sentido, cabe destacar un elemento habitualmente olvidado en nuestros manifiestos: los discursos sociales que, en la más abyecta estrategia neoconservadora, disfrazan sibilinamente sus proclamas del odio como inocuas discrepancias terminológicas, jurídicas o morales. Cuando desde determinadas instancias dudan de la constitucionalidad de la ley contra la violencia de género, de la moralidad del derecho al aborto, de si la unión entre dos personas del mismo sexo puede llamarse matrimonio, o de si estamos enfermas etc. estamos ante la cobertura al sexismo, a la fobia a la diversidad sexual, y a sus manifestaciones últimas en forma de agresiones. Estamos ante una alambicada argumentación del heteropatriarcado. La importancia de estos discursos radica en que para que seamos agredidas y discriminadas, antes hemos tenido que ser deshumanizadas y ver negada nuestra dignidad y nuestra condición de iguales, de ciudadanía con los mismos derechos. De esta agresión y de muchas otras, debemos concluir que ha llegado el momento de situar entre nuestros objetivos políticos la deslegitimación de los discursos que abierta o indirectamente son hostiles a la liberación sexual y a la igualdad entre sexos. Es el momento de plantar cara a esta estrategia y a sus instigadores, entre ellos por su notoriedad, a los partidos democristianos y a la Iglesia.
En ese confluir con otros movimientos que luchan contra este mismo enemigo, debemos aprender a fijar claramente los objetivos, a apostar por soluciones sociales además de legales, movilizativas más que lobistas. Levantemos un muro social de solidaridad y apoyo. Empoderemos a las víctimas de tantos derechos quebrantados. Una vez más hay que insistir en que debemos fijarnos en la lucha de las mujeres feministas para aprender.
En los últimos tiempos una buena parte de los movimientos que en el Estado trabajan por los derechos de gays, lesbianas y transexuales (GLBT) –que no necesariamente por la liberación sexual– han centrado el grueso de las reivindicaciones en buscar el reconocimiento legal de estas personas, y habiendo conseguido indudables logros, han desatendido, e incluso dado por conseguido, el reconocimiento social. Craso error. Hoy nos damos cuenta, con la sangre derramada de nuestros compañeros de que la lucha principal no era el matrimonio. Matrimonio que por otra parte, es otra más de las instituciones de ese enemigo que identificábamos anteriormente. Herramienta para el asimilamiento a las normas heteropatriarcales de esta sociedad en vez de procurar su superación. Si bien, este cuestionamiento del monolitismo ideológico del movimiento GLBT y de liberación sexual se ha empezado a dar en otras movilizaciones (28J) con el surgimiento de una pluralidad de convocatorias y grupos, no debemos confundirnos y abocarnos a la disgregación en la denuncia de las agresiones a la diversidad sexual. Estas últimas sí deben ser unitarias.
Ahora nos toca esta última, la respuesta urgente y unitaria a un ataque violento pero, por favor, no perdamos de vista el trabajo verdaderamente importante. No limitemos la lucha contra la “diversifobia” a la denuncia de las agresiones, reivindiquemos otro modelo de sociedad, otro patrón de relaciones entre sexos y otra sexualidad. Todas ellas son posibles.
Sergio Campo, miembro de Queer ekintza
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